El barrio del Florero apenas comenzaba a levantarse, pues contaba con muchos lotes sin construcción y, a lo sumo, con 16 pequeñas casas terminadas. Un día memorable llegó un hombre de estatura mediana llamado Pedro Albarán, a quien le encantaba la crianza de caballos para el trabajo pesado.
Pedro compró uno de los lotes grandes, que estaba cerca de una hermosa quebrada cristalina, y allí construyó su casa en la que había tres cuartos, una sala, un comedor, una cocina y dos amplios baños. Al lado de la casa construyó un gran establo para el alojamiento de cinco hermosos caballos que tenía, ocupando un espacio de lote tan grande como el de su vivienda.
Este nuevo habitante y su familia causaban una agradable impresión en el barrio, pues todos se respetaban mutuamente y trataban a los caballos con amor y delicadeza: les ofrecían buen alimento, un lugar cómodo para dormir, agua filtrada y les daban frescos baños después de cada jornada de trabajo.
Entre los caballos, había uno de color negro oscuro azabache llamado Torch, que se encargaba del transporte de las maderas para producir muebles en la ciudad cercana al barrio, guiando a los otros caballos que siempre le seguían: Sereno, Travieso, Valiente y Juan Anclas.
Todos en fila india hacían el debido transporte de maderas día tras día, de lunes a viernes, y las llevaban hasta la bodega de fabricación de muebles ubicada en las afueras del barrio...
José Horacio Correa
Jaramillo.
El Señor Oso
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